los indios caníbales de Texas


comanches
cheyenes
S. C. Gwynne: El imperio de la luna de agosto. (Empire of the Summer Moon. traducción de Víctor V. Úbeda). Ed. Turner, Madrid 2011. 488 pgs. 
John H. Moore: Los cheyenes (The Cheyenne) Ed. Ariel, Barcelona 2004. 344 páginas.
No sé hasta que punto el guionista  y director de Bone Tomahawk  (2015) se ha inspirado mucho, o poco, en los recientes estudios de las culturas nativas norteamericanas a la hora de perpetrar su película, un cruce de Centauros del Desierto (1956) con Las colinas tienen ojos (1977), y muy inferior, si me permiten la opinión, a otros westerns que ahora están revitalizando el género de una forma que no sucedía desde Sin perdón (1992), como  Deuda de honor (2014),  Young Ones (2014) o Lejos de los hombres (2014). Y eso que yo soy más de espagueti western, de sesión doble en el cine del colegio.
Esta disgresión cinematográfica viene marcada por la lectura de dos libros sobre los indios de las Grandes Llanuras: Los cheyenes de John H. Moore,  El imperio de la luna de agosto, del muy texano S. C. Gwynne.
El libro de Moore es el típico de un antropólogo, aun en clave divulgativa. La tribu a la que dedica sus estudios, los cheyenes, es la mejor, la más guerrera, la más inteligente y la más encantadora de entre todas las existentes. Además, se ocupa ante todo de su posición actual, cómo es posible que los conocimientos de sus tradiciones e historia, y la vivencia de varias de sus ceremonias, le valgan al autor una buena reputación, posición económica y prestigio social, mientras que para los auténticos cheyenes, que en realidad viven y saben del tema bastante más que ningún académico, sólo sirven como fuentes de marginación, desprecio e incomprensión por parte de sus vecinos.
Afortunadamente Moore intenta ver la parte amable del asunto, y describe de forma amena y muchas veces cómica cómo es la vivencia de una comunidad cheyene día a día, explicando de paso algunos equívocos que tienen con los blancos. Por ejemplo, lo tontos que son sus hijos, que llegan a la escuela sin saber siquiera cómo se llaman, pues sólo han usado hasta entonces su nombre indio. Sus conflictos en los hospitales, con toda la familia intentando vivir en la habitación del enfermo. Su concepto de jefatura, que no es precisamente el ir todo el día con un penacho de plumas. Su generosidad social, sus problemas de convivencia y rivalidad actuales con otras tribus, su lucha contra la burocracia, o el miedo que causan entre los payos, digo, los anglos, pues culturalmente han mantenido una serie de valores que los blanquitos han olvidado o simplemente ignoran completamente. Y eso que son vecinos que llevan viviendo juntos varias generaciones. También da informaciones históricas sobre su pasado, con alguna revelación que nos sorprende a los profanos, como que  conocían perfectamente la agricultura antes de que llegara el hombre blanco. De hecho, la conocían casi todas las tribus de la pradera, ya que estaban en pleno proceso de sedentarización cuando la llegada de los caballos cambió completamente su modo de vida, haciendo que la caza del búfalo y el nomadismo se volvieran mucho más rentables. Aunque no hay ninguna narración cronológica al uso, sí se explica el tema de las sociedades o asociaciones de guerreros, aún vivas, como la famosa (por Civilization IV) de los guerreros-perro, o las ceremonias de princesas indias, completamente modernas.
El imperio de la luna de agosto muestra la historia del imperio comanche, desde la perspectiva de sus contactos con los anglosajones que han venido poblando el territorio de Texas desde su independencia hasta ahora, con especial incidencia en la familia Parker,  que inspirara esa obra maestra del cine mitológico que es Centauros del desierto. También describe la vida de uno de sus últimos grandes jefes, Quana Parker, que hizo lo que pudo por reconciliar ambas culturas. Aunque comanche de corazón, siempre quiso mantener el apellido de su madre, Parker, pues sabía que le sería útil en el mundo de los blancos, y que no le perjudicaba desde el punto de vista comanche.
¿Merece la pena desgranar más su contenido? Creo que no. La mejor forma de disfrutar  este tipo de libros que desmitifican la leyenda creada por el cine, es seguir el ritmo que marca el autor, y no los detalles que pueda adelantarles en esta reseña. Digamos simplemente que el personaje de Wayne es más bien… de otra forma. También revela la existencia de una tribu, los tonkawas, que sigue existiendo, y que por entonces experimentaba con el canibalismo ritual, intentando adquirir la fuerza de sus enemigos comiéndose partes de sus cadáveres. Lo que transforma la experiencia de ver Bone Tomahawk como algo más que un experimento de Serie B. La historia y Hollywood, que tiene estas sorpresas.

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