Kershaw reeditado
Por cierto, también muy recomendable el libro de Hochschild "El fantasma del rey Leopoldo", en cualquiera de sus ediciones, tanto por lo que narra como por las reflexiones aterradoras que se extraen acerca de la fragilidad de la memoria colectiva y de la eficacia de las relaciones públicas, incluso en el ámbito de la historia.
Las memorias de Manstein, en bolsillo
Para los que su precio era excesivo (otra queja universal, para todos los productos de las editoriales españolas) ya está disponible la edición en bolsillo a 10 euros. Si aún parece excesivo, espérese al canal de venta de segunda mano o, si no le da vergüenza, pida que lo compren en su biblioteca pública favorita.
Muere el piloto que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima
Tibbets pidió que sus restos fueran incinerados y sus cenizas esparcidas sobre el Canal de la Mancha.
Un saldo merecido

Sí, ya lo sé. Todo el día hablando de saldos, de liquidaciones, de buenos libros que ignominiosamente han acabado en los puestos de baratillo cuando merecían reediciones en formatos de lujo... en esta ocasión no es así.
Enola Gay es, otra vez, un libro que sale de un documental, o una investigación para un documental reescrita en formato de libro. Y aunque soy de los que consideran que el tema es apasionante, estos señores han conseguido hacerlo completamente aburrido. No es que se pierda explicando las bases científicas -o morales, o éticas- del asunto. Es que, sencillamente, el proceso de entrenamiento de todo el grupo de bombardeo, con sus requerimientos de seguridad, con sus rencillas personales, su quítame allá esta prioridad o repíteme qué menú comieron el 4 de agosto, es demasiado trivial para llenar quinientas páginas cuando, desgraciadamente, todos sabemos cómo es el final.
Víctimas de las circunstancias , el escribir sobre la segunda guerra mundial sesenta años después de los hechos lleva a todos estos autores, siempre, a los mismos defectos. Se fijan más en el testimonio de los que han conseguido encontrar aún vivos, sin importar que sea el cocinero o el guardia de la puerta número 3, que no en los testimonios de los protagonistas, ya fallecidos, pero que en su mayoría ya se han publicado y son de dominio público. No se busca ninguna nueva interpretación o enfoque de los hechos, sólo el narrarlos, pero con tanta asepsia que aburren hasta al más interesado, más que nada porque no queda ya nada interesante para narrar.
En su descargo hay que decir que por una vez, la "coartada" que hacen todo este tipo de libros intentando reflejar el punto de vista japonés no aparece forzado ni metida a calzador, de hecho es lo más interesante de un tomo, por lo demás perfectamente olvidable.
Violetas de marzo

¿Y la novela histórica? Aquí me pasa lo contrario; me encantan los grandes clásicos (desde Flaubert a Robert Graves, Gore Vidal... en este género soy tan antiguo que incluso me gusta Enrique Gil y Carrasco). Ferviente seguidor de la máxima de Cervantes, de que "no hay libro malo", sólo en tres ocasiones he dejado un libro sin terminar, y ente ellas sólo una novela: El Cid, de José Luis Corral (al que aquí pegan un buen repaso).
Con estos gustos, lo raro es que me haya dado por comprar, aun siendo verano, "Violetas de marzo" de Philip Kerr, por puro impulso y sin saber nada del autor o de su obra.
El texto de la contraportada casi es contraproducente, por lo menos para mis gustos. Tres líneas sobre el autor y, en resumen, una "novela negra" ambientada en la Alemania nazi, y encima con continuación. Pero fue el "ojeo" el que me decidió. El detective vive en la Alexanderplatz. Los chistes son muy malos, pero de la época. La prosa es ligera pero no insustancial, y aunque veo que mencionan constantemente a Goering y su lucha con Himmler, finalmente me decido más por ver de qué va que por esperarme una obra maestra.
Y, señores, me ha encantado. No me he puesto a comprobar enciclopedias en mano la parte histórica, pero para estar escrita en 1989 la atmósfera me ha parecido muy verosímil. La trama, lo suficientemente retorcida como para atraparte pero no tanto como para despistarse entre tanto nombre germano, marca de coche y de cigarrillos. Abusa un poco de ese recurso de la "novela histórica", según la cual el protagonista se codea todos los días con todas las personalidades de su tiempo, pero es normal que si quieres escribir una trama policíaca en el Berlín de 1936 los jerarcas nazis salgan hasta en el chucrut. De hecho, fui inmediatamente a comprarme la siguiente parte. Y aquí empiezan los problemas, porque encuentro tres libros, recién editados en bolsillo por RBA, pero en sus tres contraportadas mencionan que forman parte de una tetralogía. Y eso que según esas contraportadas el tercero tiene un final bastante apocalíptico. Para encontrar por Internet esa cuarta parte ha costado, y mucho. La wikipedia española a día de hoy proporciona como información únicamente el texto de las solapas de sus novelas, además de una lista de sus obras, traducido de la wikipedia en inglés. No debe ser un autor demasiado importante, y encima ya con este poco material se nos ofrece un pequeño problema, pues en ambos wikis se habla de "Berlin noir" como una trilogía, y no como tetralogía. Rebuscando un poco más por Internet encuentro reseñas favorables a otros títulos suyos publicados en Anagrama y por fin llegamos a su página oficial realizada en Flash, muy bonita, pero completamente enfocada, al igual que su blog, para el público infantil de su serie Children of the Lamp.

Últimas rebajas del verano
Rebuscando entre las diversas novelas de sectas y conspiraciones, pseudohistoria de las religiones y del arte, libros de famosetes y demás morralla de saldo, aún puede encontrarse un título interesante de Ediciones B sobre la génesis y lanzamiento de las primeras bombas atómicas: Enola Gay, de Gordon Thomas y Max Morgan-Witts. Título original, Ruin from the Air. También está saldado otro título de Thomas, "el espía del Mossad", se supone que también reportaje histórico y no novela.
Lo cierto es que no he leído ningún título de estos señores (Morgan-Witts tiene uno sobre Guernica), pero como me gustó mucho Creadores de sombras (1989), (Título original, Fat Man and Little Boy) pues eso.
Las rebajas del verano
De momento, siguen los saldos de varios títulos de "La máquina y la historia" de Quirón ediciones (sobre artillería, aviación y carros de combate en la guerra civil española, supongo que superados por el super tocho de La Esfera, y "Varsovia, 1944" de NormanDavies, publicado por Planeta en 2005 y saldado este verano.
Simplemente Vecinos

Barcelona 2002. 256 pgs. 15,5 x 23 cm, Tapa Dura
ISBN 84-8432-325-0
Esta comarca de Polonia pertenecía a la mitad ocupada por los soviéticos de septiembre de 1940 a julio de 1941; Los sucesos tuvieron su precedente nada más ser ocupado el pueblo por los alemanes en "Barbarroja", con el asesinato de dos familias judías. Los polacos recibieron a los alemanes como libertadores, con arco triunfal y todo. A finales de mes, los escasos policías alemanes presentes autorizaron a la comunidad polaca, con su alcalde a la cabeza, a realizar un "pogrom", pero no se esperaban que éste terminara con la muerte de todos los judíos del pueblo, a excepción de los que tenían en la cárcel los alemanes (que terminaron en Auschwitz, aunque alguno sobrevivió), y los que protegió una familia polaca.
La "justificación" de esta barbarie fue que los judíos habían colaborado con los soviéticos; en un típico caso de desplazamiento psicológico, el recibimiento que los polacos dieron a los alemanes se dijo que lo habían tributado los judíos a los rusos en 1939... algo completamente falso, tanto en este pueblo como en toda la Polonia oriental, como demuestra Gross. En el pueblo había polacos comunistas que también fueron purgados nada más tomado el lugar, pero en esas fechas los alemanes no se esperaban tamaña reacción de los campesinos polacos.
Poquísimos judíos del pueblo eran hasidim, y en nada se diferenciaban por riqueza o trabajo de sus vecinos. Las relaciones entre ambas comunidades eran excelentes durante los años anteriores, como atestigua, aparte de documentalmente, un rabino neoyorquino que en su infancia en los años 20 fue compañero de juegos de varios de los verdugos...
El autor confiesa que no encuentra una explicación. No tiene la "soberbia" (entre comillas, ahora no se me ocurre un adjetivo más adecuado) de Goldhagen de ser capaz de encontrar la "piedra filosofal" que explique cómo medio pueblo torturó, humilló y terminó matando con los métodos más crueles a su alcance a la otra mitad. Eso sí, apunta muchas pistas, entre ellas tres que normalmente se olvidan a la hora de intentar comprender cómo gente corriente, no jóvenes nazis con el cerebro lavado, no inhumanos SS especialmente adiestrados, fueron capaces de realizar semejante barbarie.
Primero, el antisemitismo tradicional católico de Polonia, y especialmente el de la “Nueva Polonia” de Pilsudski. Los últimos “pogroms” en lo que después fue Polonia no tiene unos antecedentes tan lejanos, 1916, y el anterior en 1856... Pero incluso entonces el estado ruso zarista no era tan profundamente antisemita como el nazi. Había unos autoridades a las que recurrir, a las que sobornar para que procurasen que reinase el orden y que contuvieran a los fanáticos. También hay que tener en cuenta que estamos hablando de una zona rural de las más atrasadas de Polonia, siempre a caballo entre Prusia y Rusia.
Segundo, la codicia. No es que los judíos fueran más ricos que los polacos, pero para los ejecutores suponía doblar sus pertenencias. Varios de los procesados en 1947 reconocieron que habían ocupado casas de judíos “porque estaban abandonadas”, un matrimonio en concreto tuvo la desfachatez de decir que el hijo de los muertos les había pedido que vivieran con él, porque la casa era muy grande y tenía miedo... En 1943, el alcalde fue arrestado por los alemanes por no haber repartido con ellos el botín.
Tercero, la descomposición del orden normal de convivencia, la impunidad que representaba la permisividad alemana, mayor que la que podía haber supuesto el zar más antisemita. La zona había conocido cuatro guerras y varias ocupaciones: 1914-18, 1920-21, 1939, 1941. Guerrilleros polacos habían actuado en la zona durante los 20 meses de la ocupación soviética, y siguieron actuando después contra la ocupación rusa de 1945 hasta fechas tan tardías como 1957. En este contexto, el que unos vecinos no especialmente antisemitas decidieran culpar a medio pueblo de todas las guerras y desastres, para de paso quedarse con tierras y casas no resultan tan terriblemente extrañas para el resto del género humano.
Este libro se publicó primero en Polonia, en el 2000, y generó una gran polémica, ya que fue el caso más grave, pero no el único, que se dio en el verano de 1941. Todavía hubo pogroms en la Polonia de 1946 y 47, víctimas tanto de un antisemitismo medieval como del estupor de ver a judíos intentar regresar a unas casas que sus vecinos ya daban como definitivamente abandonadas.
Las aventuras del abuelo Cebolleta, y el mito de l...
Para no alargarme eternamente, “a las cabañas subí, a los palacios baje”... las erratas son eternas pero, ciertamente, hay sistemas para reducirlas al mínimo posible.
Uno de los mayores problemas, de siempre, está en que “los de letras” nunca se llevan bien con las máquinas. Es más, a poco que seas capaz de saber si un documento cabe o no en un disquete, ya eres “el informático”, y eso es muy, muy malo, porque va contra todos los tabúes de la tribu.
Por centrarme sólo en el aspecto editorial de libros, el tamaño de la empresa importa, y mucho. Primero porque las grandes no ahorran en lo que es más barato, los correctores, pero sobre todo porque hay “compañeros” capaces de leerse libros que no son suyos para en alguna reunión soltar, como quien no quiere la cosa “por cierto, el otro día en el libro de Pepito encontré una errata de lo más graciosa...”.
Las pequeñas son otro mundo, marcado sobre todo porque el dueño de todo el cotarro está mucho más presente e, incluso, a veces hasta trabaja de forma “manual”, es decir, intenta estar en todos los detalles. Pero no conozco a uno solo que no dependa de su experiencia anterior a la hora de organizar su empresa, y lo normal es que no haya sido en producción. Aún peor, sí tiene experiencia en la creación técnica de un libro, sabe lo que es una imprenta, maneja un teclado con más de dos dedos. Entonces aún es peor, porque se habrá quedado anclado en lo que aprendió en su juventud, y aunque apruebe algún nuevo método moderno, al final si algo ha ido mal la culpa será de “los ordenadores”...
El mejor escenario posible: Que el editor, (es decir, el responsable de la edición, de empleado mileurista a empresario) no tenga ni zorra idea de la materia que trata el libro. Contratará al traductor más caro. Lo leerá cincuenta veces, pagará los asesores necesarios, moverá Roma con Santiago y lo comprobará todo las veces que haga falta.
El peor: el editor cree que entiende; como sabe la diferencia entre "romanas" y "egipcias", le encanta esto moderno de poder emplear a la vez cincuenta tipos de letra. Como los programas tienen corrector ortográfico, los libros se corrigen solos, y si no contrata a ese sobrino que le ha salido gafotas. Cuando ve problemas, se va al extremo contrario y contacta con la empresa de preimpresión (perdón, la “fotomecánica”, cuando no la "fotocomposición" o, más sencillamente, el “taller") más grande que encuentra, sin importarle convertirse en su cliente más pequeño.
Otro problema está cuando un saber no se reconoce como “especializado”, como pasa con la historia militar en la colección de Crítica “Memoria Crítica”. Si alguien encontrase una errata en alguno de sus libros de ensayo “serio” rodarían cabezas. Pero si es de batallitas ni se enteran.
Por el contrario, cuando sí se considera como un ámbito especializado (como la colección Grandes Batallas, de Ariel) resulta más difícil encontrar errores. Lo gracioso del asunto es que ambas editoriales son de un tamaño respetable, y pertenecen al mismo grupo.
Todos los editores (empleados ascendidos, o empresarios emprendedores) han cometido errores en sus primeros libros. (por no decir: todos los humanos solemos equivocarnos la primera vez que hacemos algo). Curiosamente los que vienen de un ámbito más amateur (libreros, escritores, inversores...) sólo se equivocan una vez, y aprenden en seguida de sus errores. Los demás insisten una y otra vez en los mismos hábitos de trabajo porque claro, son más “profesionales”, y se fían más de “su ojo” y de “su gente” cuando le dicen que se fue la luz, y que por eso la mitad de las correcciones se quedaron “en el tintero”. Algunos pensarán que un libro puede tenerse en preparación todo el tiempo que haga falta, no es un diario o una revista con horas fijas de entrega; pero las editoriales también se deben a sus planes de producción. El cierre en un diario es tema de unas horas, el de un semanario uno o dos días, pero las editoriales se rigen por planes anuales y el "cierre" suele durar dos-tres meses, en los que algún título termina saliendo a trancas y barrancas. Todo esto no tiene que ver nada con el precio final del libro, a no ser que la editorial sea muy, muy pequeñita, pero eso ya lo dejamos para otro día.
Las aventuras del abuelo Cebolleta, y el mito de la errata eterna.
Por supuesto, ya están quienes han opinado “qué malos son los ordenadores”, o “cuán perversos son los empresarios”. Que lo son. Pero bueno, pues ya no me aguanto más. Yo también voy a contar mis batallitas.
En la prehistoria también existían las erratas
A mis 19 añitos, cuando entregaba mi sección al periódico local en mi olivetti a doble espacio me fascinaba cómo se transformaba todo eso que yo escribía en letra impresa. Menos mal que también tenía mi copia con papel carbón, porque las faltas de ortografía, sintaxis... Desaparecían párrafos, algo normal entonces y que asumías por "profesionalidad", pero que cambiaran su orden... Y por supuesto, mis indicaciones para que esto o aquello se pusieran en negrita o cursiva, pese a hacer las marcas como me decían, o no se seguían o se deslizaban por todo el párrafo. Eran (ahora lo sé) los inicios de la fotocomposición, y las quejas eran las mismas que las de ahora con “los ordenadores”. Los linotipistas estaban desapareciendo, y los operarios ante esas pantallas monocromas se suponía que podían trabajar más rápido, cometer menos errores, e incluso rectificarlos. Un poco más tarde, en otro periódico, ya no había teclistas, sino que te tenías que aprender los códigos necesarios como para componer los textos, y luego los “enmaquetadores” componían la página. Por supuesto, si eras un pardillo como yo, te entretenías con el artista y sus botes de spray intentando que lo tuyo fuera arriba a la izquierda, y no a una columna pegado a la publicidad. Por entonces en toda la provincia no había una sola imprenta que hiciera “selecciones de color”. Los escáneres a color, cuando llegaron, eran inmensos armarios de varios millones de pesetas, y los profesionales que los manejaban llevaban bata y guantes de goma (no látex). La “computadora” sobre la que se almacenaba todos los días el periódico abultaba tanto como la redacción. Todos los días para hacer el número siguiente se borraba. Y teníamos dos, ya que una vez simplemente hubo que repetir todo el puñetero número porque el "parato" se borró, supuestamente él solito. Y por supuesto había erratas. Por todas partes. Y cosas peores. Imagínense en los ochenta en un titular firmado por una compañera “XX llama puta a su adversaria política”. No era falta de vocabulario, o ganas de llamar la atención. Simplemente una palabra más larga no cabía en el titular, era muy tarde y por supuesto ya no existían correctores de galeradas, qué narices, los universitarios se encargaban de todo... (Por supuesto, ni siquiera el redactor jefe se había molestado en terminar la carrera).
Iluso que seguía siendo uno, me vine para la capital. En la facultad, incluso, tenían unos ordenadores pequeñitos con el logotipo de una manzana mordida, y unos programas en inglés para “diagramar”, que en la distancia me suena a una versión de XPress 2x. Yo me había gastado un pastón en un 386 y un amigo mío había dado un curso del INEM donde me fotocopió los manuales de Page Maker, que a mí para maquetar me parecía claramente inferior al entonces revolucionario Word, y para escribir muy inferior al WordPerfect. Si a alguien le suena lo que estoy escribiendo, que no se escandalice demasiado ante mi inexperiencia; acababa de ser abducido por Windows 3.0 en un 286, acababa de abandonar el WordStar, y antes al LocoScript, y aún faltaba un tiempo para que las primeras impresoras de chorro de tinta (monocromas) bajaran de las cien mil pesetas.
-Continuará-
Los bárbaros de Barbero

Cómo disparar un arcabuz en sólo ventisiete pasos

Varios Autores: Técnicas bélicas del mundo antiguo (3000 a. C. - 500 d.C.) Equipamiento, técnicas y tácticas de combate.
Varios Autores: Técnicas bélicas del mundo medieval (500-1500) Equipamiento, técnicas y tácticas de combate.
Varios Autores: Técnicas bélicas del mundo moderno (1500-1763) Equipamiento, técnicas y tácticas de combate. Editorial Libsa, 20 x 27 cm. 256 pgs. cada uno. Cartoné.
Por fin ha salido el tercer tomo de esta interesante serie, traducida al español por Libsa. Ciertamente, como el resto de títulos de esta editorial, no está dedicado a un público muy especializado, pero tampoco es una simple colección de dibujos e ilustraciones, como resulta bastante habitual en este tipo de productos.
Los autores son especialistas más o menos académicos, pero el producto conseguido es bastante ameno, siempre y cuando te interese el tema, claro. Cada uno de los tomos tiene la misma estructura: infantería, caballería, mando y control, guerra de asedio, y guerra naval. La perspectiva es quizás excesivamente eurocéntrica, pero los temas tratados eran ya lo suficientemente amplios como para quejarse porque no se mencionen apenas técnicas o batallas de otros lugares del mundo. Pero quitando a Connolly, que ilustra parte del tomo dedicado a la guerra antigua, las ilustraciones y los mapas son lo de menos. El texto como mínimo es correcto, y algunos capítulos son especialmente brillantes, aunque en ningún momento se apartan de un punto de vista, digamos, muy anglosajón.
Si nunca consiguió entender cómo se organizaban los remeros en una quinquerreme, qué era eso de la tercerola, la formación en cuadro o cómo asediar una fortaleza de Vauban, éstos son sus libros. Si por el contrario busca descripciones de batallas... también las hay, a veces por duplicado (no se coordinaron demasiado bien los distintos capítulos) pero con excepción de las del tomo dedicado a la era antigua no resultaron demasiado logradas.
Incluyen vocabulario, índice analítico y bibliografía. Que no hagan ningún intento de adaptarla es lo habitual en las ediciones españolas, así que no resulta sorprendente que te citen las obras de "Xenophon" o "Thucydides" por sus títulos en inglés. Pero que en los tres tomos introduzcan todos los libros ilustrados del catálogo de Libsa sobre la segunda guerra mundial o la guerra civil española resulta más que desconcertante. ¿De verdad una bibliografía tiene interés publicitario?
Ediciones originales:
Fighting Techniques of the Ancient World (3000 B.C. to 500 A.D.): Equipment, Combat Skills, and Tactics. Simon Anglim, Rob S. Rice, Phyllis Jestice, Scott Rusch, John Serrati
Fighting Techniques of the Medieval World: Equipment, Combat Skills and Tactics. Matthew Bennett, Jim Bradbury, Kelly DeVries, Iain Dickie, Phyllis Jestice
Fighting Techniques of the Early Modern World: Equipment, Combat Skills, and Tactics. Christer Jorgensen, Matthew Bennett, Michael Pavkovic, Rob S. Rice, Frederick S. Schneid, Chris Scott
Thomas Dunne Books 2001 - 2002
Otros últimos en Filipinas

ISBN: 8434527898. ISBN-13: 9788434527898
Pacific Alamo, o la peli de marines al revés

Inédita Ediciones, Barcelona 2004 (tapa dura) y 2006 (bolsillo) 445 pgs.
ISBN(13): 9788493356439.
ISBN: 849636450X.
También publicado en la colección de kiosco "Grandes batallas" de RBA.
Edición original: Pacific Alamo: The Battle for Wake Island; 1º edición en 2003.
El esquema general de todas las películas y batallas de los marines en el frente del Pacífico no suele registrar muchas variaciones. Los (casi siempre) taimados y traicioneros japoneses se esconden en una isla. Los de la Marina, que en el fondo son buenos chicos, bombardean la isla, aunque no lo suficiente. Por el aire también lo hacen, aunque este suele ser un buen momento para recordar que también hay marines voladores. Y por fin desembarcan los (auténticos) marines, pero los (casi siempre) cobardes japoneses, en lugar de aguantar las bombas a pecho descubierto, se han escondido en todo tipo de agujeros y de búnkers. Invariablemente fingen estar heridos y atacan por la espalda, o terminan siendo tan panolis como para cargar repentinamente con armas blancas a los (más o menos) perplejos marines, que no terminan de encontrar comprensible tanta perfidia por parte de un enemigo que, además de gafotas, es bajo y canijo.
En esta ocasión el planteamiento es (más o menos) el contrario: son los marines los que se defienden, y los japoneses los que deben conquistar la isla. Lo curioso es que precisamente ésa fue la táctica que adoptó el comandante (de la guarnición de marines, no de toda la isla): hacer creer al enemigo que el atolón estaba indefenso debido a los bombardeos, y no disparar hasta que los blancos fueron seguros sobre unos confiados destructores. El resultado, el único desembarco abortado por la artillería costera en toda la segunda guerra mundial, además de dos destructores y un submarino hundidos por el efecto combinado de la artillería de costa y los Wildcat con base en el atolón, además de un crucero ligero dañado.
Más buques fueron destruidos en el segundo y definitivo asalto al atolón, pero prefiero no entrar en detalles que pueden encontrarse aquí, aquí (la versión oficial del USMC), o en la Wikipedia en inglés, (una versión anterior -y defectuosa- de ese artículo está en español). Y por supuesto en este mismo libro, para el que Wukovits ha entrevistado a veteranos civiles y militares, además de algún que otro testimonio de los japoneses que tomaron parte en el asalto. Vale, de acuerdo, sólo uno. Pero por lo menos lo ha intentado.
Aunque en su momento fue aprovechada por la propaganda de guerra estadounidense, no ha pervivido demasiado en la memoria colectiva. Buscando alguna referencia en seis voluminosas historias globales de la segunda guerra mundial, sólo he encontrado una mención a la isla... sobre los motivos para dejarla de lado en la ofensiva de 1944. Por sus dimensiones y situación no es que fuera más o menos importante que Tarawa o Midway... o que Johnston o Palmyra (en español la nota es más breve). Pero en ninguno de estos sitios se produjo una defensa no esperada por nadie, menos aún por la Navy, que era muy consciente de lo precario de sus defensas. Tan asombroso como el desempeño de su artillería de costa, servida por marines, fue el de su escuadrón aéreo de defensa, el VMF-221, y la combatividad de al menos un tercio de los trabajadores civiles de la constructora Morrison-Knudsen y de la compañía aérea PanAm, a los que la guerra sorprendió en el atolón.
Durante los 60 hubo cierta polémica acerca de si los marines se apropiaron en exclusiva del mito de Wake, olvidando que la base era de la Marina y que quien estaba al mando era Cunningham, y subordinado a él estaba el comandante del destacamento del 1º batallón de defensa de los marines, James P.S. Devereux. También había personal del ejército, un oficial y cinco de tropa encargados de las comunicaciones, y que debían dar enlace con los B-17 que emplearían la base como escala hacia las Filipinas. También es cierto que, en su momento, la Navy tenía suficiente con el desastre de Pearl Harbor, y no se sintieron tentados de reclamar ningún protagonismo en Wake cuando pensaban que iba a caer de forma inmediata.
Igualmente fuera del tópico están las tácticas japonesas para la conquista del atolón. Para el primer intento contaron con apenas 450 efectivos. Para el segundo y definitivo, 1500 soldados, que tomaron tierra en noche cerrada y en dos islas distintas, mientras que la guarnición era de unos quinientos... sin contar casi 1100 obreros civiles que estaban construyendo la base. De ellos un tercio intervino voluntario en la lucha, mientras otros siguieron colaborando en los trabajos de fortificación y el resto se acogió a sus contratos y se negaron a participar en nada. Afortunadamente para los militares y para casi todos los civiles, en unos meses fueron distribuidos en diversos campos de prisioneros por todos los dominios japoneses. Los 98 civiles que siguieron en la isla fueron fusilados sin contemplaciones por el comandante japonés Sakaibara a la primera sospecha de que los norteamericanos iban a desembarcar. Aunque alegó que sólo cumplía órdenes, por este y otros crímenes de guerra fue condenado a muerte, aunque algunas fuentes dicen que le fue conmutada por cadena perpetua.
Es inevitable en estos momentos recordar a los omnipresentes batallones de trabajadores coreanos de Betio, Iwo Jima... A día de hoy, los coreanos asumen que ninguno de sus compatriotas fue nunca tentado para ser asimilado como súbdito japonés, aunque estén acreditados unas decenas de kamikazes coreanos.
Si hay peli ¿para qué leer el libro?
Producida y estrenada a toda prisa (el atolón se rindió el 23 de diciembre de 1941, y el film se estrenó el 11 de agosto de 1942) Wake island no es de lo mejor que ha producido el cine bélico, ni siquiera el de propaganda, pero se deja ver. A fin de cuentas los guionistas son W.R. Burnett (Hampa dorada, La jungla de asfalto) y, ejem, Frank Butler, que como guionista de varias de "El gordo y el flaco" introdujo una pareja de marines que nos los recuerdan bastante. Aunque tuvo cuatro nominaciones a los Oscar (y nada menos que en mejor película, director, guión y actor secundario) es posible que no se estrenara en España, que en esas fechas se surtía de otras cinematografías.
El valor histórico del film, en cuanto reflejo de los hechos bélicos del asedio y caída de las islas del atolón de Wake es casi nulo. En cuanto a reflejo de una época y de una forma de enfocar la propaganda de guerra, es imprescindible. Según el libro de Wukovits, cuando los supervivientes la vieron no les gustó en absoluto, y les pareció errónea en todos sus detalles: uniformes, armas, geografía de la isla... Sin embargo, creo que puede decirse lo mismo de cualquier otra película sobre la segunda guerra mundial anterior a 1998, sin que ello suponga que desde entonces se haya alcanzado la perfección absoluta. Pero la inmediatez a los hechos narrados hace que, por ejemplo, los Wildcat sean efectivamente Wildcat (y no Hellcat o Corsair, como en casi todas las pelis de marines) y que se molesten en disfrazar no sé qué avionetas (Culver o Fairchild, o quizás CW-21 Demon) como ki-27 japoneses (que era imposible que intervinieran en Wake), e incluso imágenes de auténticos ki-21 que por lo menos sí podían llegar desde bases japonesas, aunque lo más seguro es que fueran G4M "Betty"
El retonnno
Sin renunciar a su restringida temática, dos nuevas premisas:
Brevedad.
Inmediatez.
A escribir entradas más o menos sustanciosas, pero escribirlas y publicarlas, sin esperar años.